Petros Márkaris miente. Afirma que nació hace 77 años en Estambul, pero es porteño. Evoca con nostalgia a su familia griega, pero oculta su niñez en los potreros de Pompeya. Sus libros fueron traducidos a 14 idiomas y habla cinco a la perfección (griego, turco, alemán, francés e inglés), pero todos saben que su debilidad es el lunfardo. Está orgulloso de su vieja amistad con el director Theo Angeloupolus, pero en su entorno aclaran que es un fanático del cine de Leonardo Favio… El comienzo de esta entrevista es un delirio, estamos de acuerdo. Pero sirve para intentar explicar la identificación inmediata que generan las novelas policiales de Márkaris entre el público argentino. Porque su descripción del colapso económico griego (desarrollado en su imperdible Trilogía de la Crisis) tiene tantos puntos en común con el tsunami que arrasó la Argentina en 2001, que sólo faltaría incluir el helicóptero de De la Rúa para que la coincidencia fuera absoluta. Su secreto –y en esto coincide con autores como Vázquez Montalbán o Henning Mankell– es que trasciende a la tradicional historia policial, para mostrar que las virtudes y miserias de grandes ciudades como Atenas también se han transformado en un fenómeno global. "La novela negra se convirtió en la nueva novela social", explica en una de las últimas entrevistas que concedió en la Argentina tras su exitosa presentación en Buenos Aires Negra (BAN). –¿Por qué cree fundamental tener una mente retorcida para escribir estas nuevas novelas sociales, según su propia definición? –Una mente perversa es el término más preciso, porque pensar en un asesinato es algo profundamente perverso. Pero cuidado porque al mismo tiempo considero que la novela policial es el género más religioso. El motivo es muy sencillo: el pecador siempre es castigado al final del libro. Aunque si uno es religioso no puede escribir un policial, porque están los diez mandamientos y el sexto dice "no matarás" (estalla en una carcajada). Resumiendo, en la novela policial se plantea una situación perversa y hay que aceptarlo como un hecho. El clásico policial inglés siempre fue perverso, porque no hay que olvidar que también es perverso pensar en cómo atrapar al lector. Hoy esto ya no nos importa.
"En la novela policial lo único que queda hoy es la perversión inicial de matar a una, dos o tres personas. Pero sacando eso, el resto es una mirada más amplia sobre la sociedad".
–¿Cómo no importa? –Cambió todo. En la novela policial lo único que queda hoy es la perversión inicial de matar a una, dos o tres personas. Pero sacando eso, el resto es una mirada más amplia sobre la sociedad, un tema que antes no interesaba. A nadie le importaba contar cómo eran las ciudades y sus costumbres. Por ejemplo, en la típica novela de Conan Doyle, una vez que se iba la niebla ya no había más Londres. Hoy en día no es así. Mucha gente me dice que pudo pasear por las calles de Atenas con mis policiales. Y diría que se puede hacer lo mismo en España con las historias de Vázquez Montalbán. Mi editor, que ya se jubiló, en una oportunidad me pidió un plano de Atenas para mostrar dónde investigaba Jaritos (N. de la R: el personaje de sus novelas policiales). Me negué a hacerlo porque él corría por toda la ciudad. Pero me insistió y un día me mandó un plano de Atenas para que marcara en rojo los lugares por donde caminaba Jaritos. Entonces el mapa quedó todo cubierto de puntos rojos. –¿Considera que esa intención de describir a la sociedad hizo más populares a las novelas policiales? –Creo que sí, pero tiene que ver con otra cosa. La novela común cambió mucho a partir de la nouvelle francesa de los años '50. Para los escritores de aquellas generaciones, la sociedad perdió importancia con respecto a la psicología de los personajes. Surgió una profunda brecha en la novela social, porque el interés se dirigía más hacia los personajes en detrimento de la sociedad. Recién después de los '80 se logró llenar esa brecha y llegamos a la situación actual, en la que los policiales describen con mayor profundidad la sociedad que las novelas tradicionales. –¿La creación del comisario Jaritos se produjo a partir de esta situación? –Yo no creé a Jaritos, él vino hacia mí con toda su familia. Y esa fue la verdadera razón por la que empecé a escribir novelas policiales. Si no hubiera sido por Jaritos, mi carrera hubiera estado más vinculada con los guiones cinematográficos. Fui muy amigo del Angelopoulos (N. de la R: Theo, prestigioso director de cine griego, fallecido en un accidente en 2012), quien fue un testigo de la creación del personaje mientras trabajábamos juntos. Cuando nos peleábamos le decía: "Vamos a hablar en serio, porque me está llamando Jaritos". Realmente me cambió la vida. –¿Cómo llegó a pensar en un dentista para que se convirtiera en el personaje de sus novelas? –Al principio no sabía que el protagonista iba a ser un policía porque venía de escribir guiones y pensaba básicamente en una familia. Me tomó un tiempo entender que era algo distinto, que no se trataba de guiones y que debía buscar a un personaje diferente. –¿Lo sorprendió la respuesta? –Sí, mucho. –¿A qué la atribuye? –Para hablar de la respuesta de los lectores hay que diferenciar a los del sur de Europa de los del centro. A la gente del sur le atrajo el concepto de vida familiar que acompaña la historia de Jaritos. En cambio, a los alemanes les gustó el descubrimiento de una Atenas diferente a esa visión clásica del Partenón y toda la historia antigua de la ciudad. Cuando leyeron mis policiales se encontraron con otra Atenas, y les gustó. –Y a los argentinos, ¿qué cree que les gusta? –Bueno, a los lectores argentinos les pasa lo mismo que a los del sur de Europa. Los sedujo el tema de la familia.
"Los políticos pueden decir cualquier cosa, incluso la verdad, que nadie les cree. La gente está enferma de tantas mentiras".
–¿Hay algo de autobiográfico en la familia de Jaritos? –No. Nuestra vida familiar es muy distinta, aunque la de Jaritos sí se parece a la familia de mi padre. Crecí en Estambul, en medio de una minoría griega que nos hacía relacionarnos con otras familias que vivían como nosotros. Fue un buen punto de partida y siempre hice lo que quería, sin tener un conflicto directo con mi familia. Por todo esto, para mí fue fácil contar la historia de la familia de Jaritos, porque me limité a usar como punto de partida a la familia de mi padre. –¿Qué tiene en común con su personaje? –Lo que compartimos es una mirada de Atenas y su gente que se ubica entre la ironía y el hartazgo, con un poco de cinismo y sarcasmo. Mi hija siempre me dice que está cansada de escuchar mis comentarios cínicos y después volver a leerlos en mis novelas, pero en boca de Jaritos. –Muchas de sus ironías apuntan a la dirigencia política. –Ocurre que mi generación es política y para nosotros todo tiene que ver con la política. Una vez le dije a un periodista griego que mi generación había cometido grandes errores. Cuando miro nuestro pasado veo dos posibilidades: o éramos estúpidos o, directamente, no teníamos conciencia de lo que pasaba. Cuando vimos los crímenes de Stalin, nos callamos la boca. Cuando hubo dictaduras socialistas, nos callamos. No somos inocentes. Lo que sí tenemos es una reacción política inmediata frente a todo lo que nos ocurre. Créame que es el único talento que nos queda. Cuando se lo puede usar, yo lo hago, se puede ayudar mucho. Pero, reitero, para hacerlo hay que aceptar los errores cometidos. Y lamentablemente hay colegas que no lo hacen. –Este talento, ¿cómo se expresó cuando estalló la crisis en 2010? –La primera reacción oficial fue aceptarla, pero en aquel momento había un gobierno que le mentía a la gente. "No te preocupes, no pasa nada. En un año termina todo", le decían a la gente. Pero todos los días leía en mi computadora los diarios de otros países y me daba cuenta que nos estaban mintiendo, y que la gente iba a pagar un precio muy alto por esas mentiras. Pensé que alguien tenía que decir la verdad, y como siempre pienso desde un punto de vista político, para mí decir la verdad era una obligación. En ese momento decidí que iba a escribir La Trilogía de la Crisis para decirle a la gente por qué sufría. Cada vez que salgo de mi casa, por lo menos tres personas me paran y me dicen que fui el único que les dijo la verdad. Me pasa no sólo en Grecia, sino en España, en los aeropuertos. La gente está sufriendo, frustrada y nadie les dice "miren esto es muy difícil". La gente está desesperada y yo no lo soporto. Es demasiado. –¿Sufrió algún tipo de presión política por su posición? –Sólo sufrí una protesta de políticos, especialmente de los que aparecen en mi libro Pan paz y trabajo (N. de la R: se refiere a los que participaron en la Revuelta de la Politécnica de Atenas contra la Dictadura de los Coroneles). Me cuestionaron y dijeron que ellos habían hecho muchas cosas buenas. No es verdad, les respondí. Cometieron grandes errores. –¿Nunca se sintió tentado a iniciar una carrera política? –Tuve propuestas pero siempre las rechacé. Soy un escritor y convencer a la gente significa ser objetivo e imparcial. No soy parte del juego, soy el observador del juego. –¿Qué conoce de la crisis que sufrió la Argentina en 2001, un claro antecedente de lo que le tocó vivir en Grecia? –Supe que fue un colapso absoluto y que hubo una gran furia de la gente. La reacción de fue muy agresiva y mucho más masiva que en Grecia. Y comparando los dos casos, pude observar la misma actitud de mentirle a la gente. Cuando observé a situación en Grecia me dije: "Esto ya lo ví, es lo que pasó en Argentina". Hay una actitud de los políticos con la gente, con una conexión entre promesas fáciles y mentiras fáciles. Pero cuidado porque no pasa en todos lados. En Alemania, por ejemplo, no ocurre porque no sólo no prometen, sino que tampoco tienen mentiras fáciles. En 2005 cuando tuvieron su crisis el gobierno salió a decir la verdad. Puede no gustarle, pero no mintieron. –Una de las consecuencias que tuvo la crisis en la Argentina fue un pedido para "que se vayan todos" los políticos. ¿Qué ocurrió en su país? –En Grecia ahora estamos en la otra punta. Los políticos pueden decir cualquier cosa, incluso la verdad, que nadie les cree. La gente está enferma de tantas mentiras. Un ejemplo de esto es lo que ocurrió en las elecciones europeas, cuando ocho semanas antes surgió un nuevo partido llamado "El río". Los candidatos eran algunos académicos, desconocidos y el fundador era un periodista. No tenían ningún programa de gobierno y logaron sacar el 6% de los votos. Cuando preguntaba a la gente por qué los habían votado, me contestaban que habían sido los únicos que no les mintieron. –Tampoco les dijeron nada. –Claro, no les dijeron nada. No pudieron mentirles. –¿Está informado sobre el conflicto de la Argentina con los fondos buitre? –Sí, conozco el tema. Creo que sería un buen tema para seguir con la Trilogía de la Crisis. –¿Considera que, como ya ocurrió con la crisis de 2001, la actual experiencia argentina con los fondos buitre podría repetirse en Grecia? –Sí, por supuesto. El gran error de Europa fue creer que la crisis económica era un problema exclusivo de Grecia. No vieron que afectaba a todo el sur europeo y cuando se despertaron, ya era tarde. "Bueno, que se caiga Grecia", decían mientras los norteamericanos les advertían que no debían dejarnos solos porque lo iban a lamentar. Recién después se dieron cuenta de que Grecia no era el único problema, sino que era el país más débil. Pasó lo mismo en Italia y España, que no saben cómo salir de la crisis. –Le preguntaba por el tema puntual de los holdouts. –Creo que en forma indirecta puede influir en las economías del sur europeo. Si empieza a ser un modelo, va a ser un verdadero problema. Nadie sabe qué va a pasar ahora. Este sistema no va a aguantar, es imposible. Ocurre lo mismo en Grecia, en la Argentina y en los países de Europa. Cómo se va a sostener este sistema, no es fácil y tampoco tengo certezas que pueda sobrevivir la Unión Europea. Insisto, es una cuestión de tiempo hasta que el sistema colapse. Ya no quedan dudas. Petros es de los nuestros. « La trilogía de la crisis Con el agua al cuello (2010) Mientras estalla la crisis en Grecia, un hombre empieza a decapitar banqueros, ejecutivos de agencias de calificación y otros usureros. Al mismo tiempo, surge una campaña de afiches que incita a la población a dejar de pagar sus créditos e hipotecas. Un cóctel explosivo. La liqu